Las condiciones que se han de dar para sentir la presencia, la dignidad, la energía, la belleza, el espíritu, la historia y el alma de un lugar son muchas y variadas.

Algunas características serán endógenas y otras exógenas. La combinación adecuada, en el momento preciso, producirán la emoción, la belleza y la magia. La experiencia estética. La conexión y la unión de ese lugar con uno mismo (…).

Claustro de la Abadía de Fontenay
Claustro de la Abadía de Fontenay

Los monasterios son un buen lugar para experimentar estas emociones. Por ejemplo, la abadía de Fontenay en soledad y silencio, pleno invierno y al anochecer. La luz natural se va atenuando y toma protagonismo la iluminación artificial. Focos muy bien pensados que resaltan los valores intrínsecos de la arquitectura sin robarle protagonismo.

Claustro de la Abadía de Fontenay
Claustro de la Abadía de Fontenay

Los pequeños hitos de luz del claustro los veo como si fueran antorchas. Mi imaginación vuela al siglo XII. ¿Cómo iluminarían los monjes cistercienses cada uno de los espacios de la abadía? Los artífices de tan bellas construcciones, ¿cuidarían también la estética de sus ígneos puntos de luz?

Nave lateral norte de la iglesia abacial de Fontenay
Nave lateral norte de la iglesia abacial de Fontenay

Probablemente nunca lo descubramos. Sabemos que la luz natural es un componente esencial de la arquitectura, y especialmente de la cisterciense. Pero hablamos siempre de la luz diurna, inmutable a lo largo de los siglos. Como el cielo estrellado. En cambio, ¿cómo se mostraban en sus orígenes las iglesias, los claustros, las salas capitulares y los dormitorios a la luz de las velas?

Las fotografías que comparto en esta entrada nos enseñan un lugar con alma. Imaginar esa iluminación como si fueran las llamas que dotan de vida al pétreo monasterio, sin duda que ayuda.

La Abadía de Fontenay tiene alma.

Claustro de la Abadía de Fontenay
Claustro de la Abadía de Fontenay