Es sabido que la arquitectura cisterciense, en su búsqueda de la sobriedad y austeridad, limitaba los vitrales a tonos blancos. La luz penetraba pura a todos los rincones de los edificios cistercienses. Pureza especialmente relevante en las iglesias, pues confería al espacio de la atmósfera -y simbolismo- necesarios para desarrollar los oficios litúrgicos.

La Capítula cisterciense lo deja claro:

“Que los cristales sean blancos, sin cruces ni colores”.

Esta luz blanca la podemos seguir disfrutando cuando visitamos un monasterio cisterciense, resaltando, día tras día, siglo tras siglo, la belleza de la piedra desnuda.

Muy bien.

Verde

Sin embargo, en esta nueva entrada voy compartir con vosotros otra verdadera maravilla que nos regala la arquitectura cisterciense.

Hemos hablado de la pureza de la luz presuponiendo que era blanca, pero la luz en los valles y enclaves naturales en los que se ubican las abadías es… ¡mucho más rica y llena de matices!

La luz se impregna del entorno y entra sin filtros al interior. La persona que está en la iglesia, refectorio, sala capitular, dormitorio, etc está directamente conectado con el exterior. Se encuentra en estrecha armonía con la naturaleza. Sin artificios, sin ningún tipo de tamiz.

Paseando lentamente sobre el suelo terroso de la iglesia de Fontenay observo los tonos verdosos de las bóvedas transversales de la nave lateral norte. Verde producido por los exuberantes árboles que se pueden observar en la maravillosa imagen aérea de la @abbayedefontenay

Vista aérea de la abadía de Fontenay. Fotografía propiedad de la cuenta de Instagram de la propia abadía.
Vista aérea de la abadía de Fontenay. Fotografía propiedad de la cuenta de Instagram de la propia abadía.
Fachada oeste de la iglesia abacial de Fontanay. A la izquierda podemos ver los árboles que tiñen de color verde la luz que entra por las ventanas norte de la nave.
Fachada oeste de la iglesia abacial de Fontanay. A la izquierda podemos ver los árboles que tiñen de color verde la luz que entra por las ventanas norte de la nave.

Estoy deseando volver a Fontenay en otoño, creo que le sentarán bien los tonos ocres y rojizos al interior de la iglesia…

La vegetación entra en el templo. Nosotros estamos en contacto con el exterior. En mi pecho siento que la piedra se desmaterializa. La luz, omnipresente, nos envuelve en un todo. Unidad en el espacio y en el tiempo.

Azul

Tras la entrada anterior, “Verde”, vamos ahora con otro color. Esto empieza a parecer la trilogía de Kieslowski…

Los vitrales cistercienses en tonos blancos permiten que entre la luz tal y como se encuentra envolviendo la iglesia. Esto supone establecer una relación directa entre el interior y el exterior.

Los monjes cistercienses fundaron sus monasterios (principalmente en los siglos XII y XIII) en valles profundos alejados de núcleos de población. En la “Silva” que llamaban ellos en latín. Ese nivel de aislamiento, que duraba toda la vida, generaba un vínculo fortísimo entre la comunidad monástica y la naturaleza. De hecho, lo que se viene a llamar “estilo” cisterciense está enraizado fuertemente a este vínculo.

En la fotografía podemos ver dos ábsides del deambulatorio de la iglesia abacial de Pontigny iluminados con cierta luz azulada. Iglesia enorme, tan grande y espléndida que la llaman “la catedral del campo”. Actualmente se encuentra en medio de campos de cultivo que fueron ganando terreno a los árboles. Aquí no podemos tener el reflejo verde como sí vimos en la abadía de Fontenay.

Es por la tarde y el sol está descendiendo a nuestras espaldas. El tono anaranjado inunda la nave central como podemos ver en los blanquecinos arcos formeros de la segunda imagen.

En cambio, en la intimidad y penumbra de la girola es el azul de la cúpula celeste el que tiñe las capillas. La luz que proyecta el cielo es omnidireccional y difusa, provocando sombras suaves como las que vemos en la columnas. Es una luz tranquila, silenciosa. Casi nocturna. Vuelvo a mirar la fotografía y pienso que esa luz podría haber sido provocada por la luna llena.

El cielo está simbólica y físicamente presente en la iglesia. Coherencia. Unidad.

Cuanto más esencial es la arquitectura, más pura es la luz que le da forma.

Amarillo

Así es, nos faltaba el color del sol. El origen de toda luz natural.

Cerramos esta serie sobre la luz y el color en la arquitectura cisterciense con la fuente direccional que hora tras hora va recorriendo (casi) todos los rincones de la iglesia. Empieza al amanecer entrando por las ventanas de los ábsides, continúa por las de los muros sur de las naves y acaba entrando por las ventanas y rosetones de nuestras amigas las fachadas oeste.

Cuando reviso alguna fotografía del interior de una iglesia, me es fácil deducir qué hora era aproximadamente en ese momento. Sí, mirando los metadatos mucho más, sí. Pero no tiene la misma magia…

Y tan bonito es observar los puntos por donde entra la luz, como darse la vuelta y buscar dónde impactan los rayos del sol. Todos sabemos lo bien que le sientan los rayos amarillos a la piedra desnuda.

Bueno, pues después de varios días dentro de las iglesias disfrutando del entorno exterior a través de sus colores, es hora de salir afuera. Quiero ver ese tono amarillo del ábside cómo se ve desde el exterior. Vale, la gran mayoría de nosotros, ávidos consumidores de imágenes en Instagram, ya hemos mirado todas las fotografías de este post antes de llegar a leer esto.

Pero llegar hasta aquí tiene premio. Una vez más os invito a descubrir conmigo una maravilla de la arquitectura cisterciense en las aberturas de este monasterio. Eso sí, requiere capacidad de observación.

Fijaros en el vitral desde el interior. Tiene una anchura de 3 franjas verticales de vidrios emplomados. Ahora mirad la mínima brecha que dejan las piedras por el exterior. El hueco únicamente tiene la anchura de una franja emplomada. Brutal. El vidrio no está en el plano exterior de la piedra, sino en una posición más interior. Es una solución técnica avanzadísima, tanto que los arquitectos hoy en día la utilizamos cuando queremos esconder las carpinterías.

Un diafragma de piedra que regula la entrada de luz para lograr el efecto deseado en las íntimas capillas del deambulatorio. Alucinante.