Voy al cine el día del estreno con la única referencia de haber visto el bonito trailer. No tengo ninguna expectativa concreta. A priori, y sin ser muy consciente, espero un contenido relacionado con los monasterios. La realidad es un poco diferente. Unos días después volveré a verla, lo bueno merece la pena disfrutarlo tantas veces como se pueda…

Cuando se habla de LIBRES he oído indistintamente denominarlo película y también documental. Creo que la gente se inclina más por lo segundo. Yo no estoy seguro de cómo clasificarlo, para este pequeño texto la consideraré película.

LIBRES es una película de testimonios. Hombres y mujeres que han elegido el camino de la vida contemplativa desde la clausura de un monasterio. Personas anónimas que han accedido a ponerse delante de la cámara para compartir con todos nosotros su visión de la Fe. A darnos su punto de vista sobre conceptos como la conversión, la entrega, la verdad o la muerte (vida en la película).

Son testimonios necesarios para todo cristiano. Para los que estamos familiarizados con la palabra del Señor y con la vida monástica, podemos reconocer muchos lugares comunes. No nos sorprenderán, sin embargo los agradecemos y los valoramos. Sin duda nos inspiran, nos motivan y nos ayudan a dirigir la atención hacia lo importante para seguir mejorando cada día.

Para los que estén alejados de la religión no soy capaz de saber cómo pueden interpretar estos testimonios cristianos. Tristemente creo que el porcentaje de espectadores de este tipo respecto a los primeros será bajo. Ojalá me equivoque.

Y aquí es cuando he de destacar un aspecto de los testimonios que trasciende lo puramente teológico. Se trata de lo bien elegidos que están los monjes y monjas en su componente biográfica, vital, humana. Nos sorprenden con narraciones de sus pasados laicos, con experiencias mundanas anteriores a su entrada en los monasterios. Reconocemos en ellos nuestras vidas, con los mismos temores, dudas, vivencias, trabajos y familias.

Esos monjes y monjas que a veces tendemos a mitificar bajo estereotipos creados por nuestra sociedad, son personas “normales” como nosotros. Personas que nos explican, con brillo en los ojos, cómo un día sintieron la llamada de Cristo.

Para mí ese es uno de los grandes valores de la película. Humanizar a los testimonios para romper la barrera -construida mediante prejuicios- que nos pueda separar de ellos. Y en ese preciso instante de proximidad y de identificación, recibir abiertos sus generosas lecciones de vida.

A nivel estético, tanto visual como sonoro, la filmación es excelente. Coherente con el mensaje sin llegar a distraer o eclipsar lo verdaderamente importante. Al ver el trailer creía que iba a ser un 50/50% (entrevistas / paisajes y monasterios), cuando en realidad la proporción es tipo 80/20%. Y creo que es acertado, muy acertado. Ese 20% se pone al servicio de los testimonios: los refuerza cuando es necesario, crea ritmos para dinamizar las narraciones, propone espacios de silencio para asimilar lo que nos acaban de contar, etc.

Como persona que he tenido la suerte de visitar cientos de monasterios (…) reconozco el enorme valor que implica la realización de esta película. Y por encima de todo, admiro el mérito del director por tener la idea y llevarla a cabo. Materializarla de una forma tan bella y profunda a la vez. Sensibilidad e inteligencia. Y estoy seguro que mucha fuerza interior y determinación. El director de El gran Silencio tuvo que esperar 16 años para rodar “su” película. En este caso me consta que la idea surgió durante el confinamiento, por lo que el proceso ha sido muy rápido.

Hemos de estar muy agradecidos a todos los que han hecho posible esta película. Es un regalo que merece la pena compartir y a la vez sentir en la intimidad de nuestro alma.

LIBRES hace visible la razón de ser de la vida contemplativa.

LIBRES introduce en nuestras vidas monjes y monjas como si fueran amigos, como si les conociéramos de tiempo atrás. Cercanos y humanos.

LIBRES interpela nuestras vidas por contraste.

LIBRES habla de Amor. De ese amor incondicional por el que uno se desprende de todo y, paradójicamente, alcanza la plenitud.

Ignacio.